Escritores de la web... El tesoro de Almanzor

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En esta segunda entrega de «Escritores de la web» recuperamos un relato de un colaborador/a, publicado originalmente en junio de 2003, con el seudónimo de Guzmán, donde nos narraba, la historia del tesoro de Almanzor. Sin más os dejo con él:

Guzmán: «Confirmado. El Tesoro de Almanzor está en Benamira». 

Confirmado: Tras 1001 años, hallado en Benamira, el tesoro de Almanzor. Como supongo que no me conocéis, será mejor que lo primero sea presentarme, me llamo Guzmán. En la mayoría de las ocasiones me acerco por Benamira tratando de conseguir alguna foto de su, creo, desconocida naturaleza, o simplemente dando un paseo, prismáticos en ristre, y en alguna ocasión, -lo confieso-, en otoño he buscado robellones, sin demasiada fortuna, por cierto. Debido a mi trabajo, casi siempre mis andanzas benamiríes (luego explico este adjetivo) son entre semana, así que no suelo coincidir con “el grueso del pelotón”, a lo sumo me he cruzado con alguno de vosotros desde el coche y hemos intercambiado un anónimo saludo. La razón de lo que os voy a contar es, simplemente, porque “ella” me lo ha pedido. En seguida os digo quién es “ella”.

Lo que os voy a contar ocurrió la tarde del día en que por la noche a la luna le dio por eclipsarse (o sea , el pasado 15 de mayo). Estaba cerca del borde de la paramera, próximo a las ruinas de unas parideras, en un lugar que en Benamira se conoce con el especifico y original nombre de El Campo, donde desde el último año un “bonito” tendido de alta tensión del también “bonito” AVE, añade un toque sin par a los paisajes de Benamira y aledaños.

Las laderas, o mejor dicho, las corrientes ascendentes de la vega son utilizadas por las mañanas y por las tardes de casi todos los días por los buitres en sus campeos diarios en busca de comida, ellos iban a ser los protagonistas. Allí estaba yo, iluso, con las únicas preocupaciones de haber instalado el trípode en el lugar idóneo, que la luz fuera en ese momento la adecuada y que los “protagonistas” acudieran a la “cita”. Pero a la “cita” acudió alguien más.

Recuerdo que estaba haciendo tiempo leyendo la novela de Michael Crichton, “Timeline”, con un ojo y con el otro oteando el cielo, mientras unos machos de collalba estaban determinando a quien de los dos pertenecía ese rincón del universo próximo a donde estaba yo. En eso que una silueta apareció en el cielo. Era un alimoche, estaba a contraluz así que opte por contemplarlo con los prismáticos durante los minutos que pasó junto a mi, ya lo había visto en muchas ocasiones antes, tendría más de cinco años, puesto que no tenía ningún rastro de plumas pardas entre las blancas de sus alas.

Volví a la lectura y a seguir esperando.

El sonido del motor de un coche me hizo regresar de la novela a la realidad. Cuando se está en el campo nunca se sabe con quien te puedes encontrar. Mejor estar preparado, aunque para lo que pasó esa tarde no creo que nadie estuviera lo suficientemente preparado. Un pequeño todo-terreno blanco, no podría decir de que marca, es que ahora hay tantas marcas y modelos, que si asiáticos, que si de importación…, da igual. Cuando llegó a unos cien metros de donde me encontraba paró. Escuche como se abría la puerta del conductor, alguien se bajo, rodeó el coche y se dirigió hacia donde yo estaba. Era una mujer, eso lo noté enseguida. A medida que fue acercándose, vi su pelo largo recogido en una coleta, llevaba vaqueros y algo así como un forro polar ligero de color claro y en su cara, iluminaban unos ojos que sería incapaz de describir. Si no llega a ser porque estaba sentado, muy probablemente me hubiera caído de espaldas ante semejante belleza. Me apresuré a levantarme y supongo que tartamudee.

-¿Trabajas en el AVE?. Fue lo primero que se me ocurrió decir. – No, ¿ y tú?. – No, tampoco. – ¿Eres Guzmán?, ¿verdad?. Sabía que te podría encontrar aquí.
Mil rápidos pensamientos se me pasaron por la cabeza en un segundo, ¿quién era aquella mujer que sabía mi nombre?, ¿cómo podía saber dónde encontrarme allí, como se suele decir, en medio de ninguna parte?. Al segundo siguiente, ya fui capaz de responder.

– Sí, soy Guzmán, ¿y tú? – Sara. Dijo. Me miró un instante y continuó. – Te estaba buscando. – Pues, tú dirás. – Es por mi trabajo: Tengo algo que contarte. – Si son cosas de trabajo, ¿qué es tan urgente que no pueda esperar a pasado mañana?. Seguro que si has sabido cómo encontrarme sabrías como conseguir mi móvil.

Sara no me respondió, simplemente dijo: – Es que lo que tengo que decirte tiene que ser hoy y, sobretodo, aquí. – ¿Hoy y aquí?, repetí como un loro estúpido.

-¿Sabes quién es?- dijo ella señalando al cielo. -¿ Te refieres al águila que parece que está colgada del cielo de una chincheta?…. ¿una culebrera? , si, ¿no?. -Si, bueno….., pero supongo que no sabes quién es. Su nombre es Almaliz, su madre era una infanta navarra, también era conocido por Ben-Amir, ¿te suena de algo, supongo?, el hijo de Amir-. Sara calló y contempló cómo se me ponían los ojos como platos.

– ¿Tú crees en encantamientos?, dijo con la naturalidad del que pregunta la hora. Si una mujer como la que tenía delante te dice que existe el infierno, simplemente preguntas si el cancerbero de verdad tiene tres cabezas, o es simplemente cuestión de marketing. Así que ante semejante pregunta dije: ….eh, ….bueno, … te escucho.

Sara se sentó sobre la hierba y comenzó a hablar. -¿Te has fijado en los números de la matricula de mi coche? Miré hacia el vehículo, entorné los ojos (es que soy un poco miope) y le respondí. -Diez, cero uno. -Es que tiene que ver, digamos…., con mi trabajo. – ¿qué eres?, ¿informática?. Su mirada me dijo que no.almanzor

Te voy a contar lo que ocurrió aquí hace mucho tiempo, ahora hace exactamente mil y un años. Y Sara empezó a contar la historia. Supe que hasta que no concluyera nada la interrumpiría.

El protagonista de la historia es Muhammad ibn Abu Amir ibn Abd Allah al-Ma-afiri. Por aquel entonces era común usar un apodo que impresionase al enemigo, el de Abu Amir era Al-Mansur bi-llah, que en árabe significa el Victorioso por Allah, será mejor que nos quedemos, como la mayoría de la gente le ha conocido, simplemente, Almanzor.

Las huestes del califato de Al-Andalus fueron derrotadas por las tropas al mando del conde Sancho García (para lo que son los apellidos de los condes, éste era así de sencillo) en las, por aquel entonces, fronterizas tierras de Calatañazor (Soria, por supuesto).

Aunque el califa era Al-Hakam II (¿quién se acuerda de él?), el poder en todos los sentidos, el militar incluido, estaba en manos de Almanzor. Almanzor había sido en más de cincuenta batallas, la pesadilla de los, llamémosles, reyes cristianos. Para ellos, la auténtica personificación del diablo. A lo largo de los años acumuló victorias y ….un pequeño gran tesoro.

El gran visir de Al-Andalus tenía entonces 62 años y sabía que había tenido lugar su última campaña, no habría más derrotas, ni tampoco más victorias. De entre los supervivientes, un reducido grupo constituido por los más fieles (…y los más interesados) emprendieron con él el camino hacia Medinaceli, donde recuperarse tras la batalla antes de regresar a Córdoba.

El 1 de agosto de 1002 (será más clarificador usar la fecha cristiana) llegaron a lo que hoy es Bordecorex (obviamente, también Soria). Este nombre deriva de borg-al-qarasy, -más o menos-, las transcripciones del árabe al castellano y sobre todo el transcurso del tiempo convirtió ges en des, aes en ees…. El nombre originario viene a decir la torre del qarasy, los qarasy era la tribu del Yemen de donde era originaria la familia de Almanzor.

Esa noche, su última noche, Almanzor tuvo un sueño. Yo seguía atento, sin pestañear y un tanto perplejo, el relato. Ella prosiguió con la historia. A la mañana pidió a su hijo que hiciera venir a todos sus hombres y que trajera el arca, Almaliz sabía bien a que arca se refería su padre. Cuando estaban todos en torno a él, el hijo de Amir abrió el arca.

En el interior destacaban, brillantes, dos colores, el verde y el dorado.

– Llevad este tesoro hasta Medinaceli y seguid hasta el cuarto cerro río arriba- fue la orden que dio Almanzor. Señaló a dos de los nobles, que tras unos problemas con Vermudo II, se “pasarón” a las tropas amiríes (y es que siempre ha habido “roldanes” que se han acercado al poder del color o dios que sea, “desinteresadamente”). Vosotros dos (no son dignos ni que nos acordemos de sus nombres) seréis los custodios de mi tesoro. Tú cuidarás el oro y tú las esmeraldas.

Los dos personajes se hubiesen frotado avariciosamente las manos, pero la sola presencia de Abu Amir, incluso moribundo les hizó reprimir el gesto.Y todos vosotros –señaló a lo que quedaba de sus tropas-, que hasta hoy me habéis sido fieles ahora sereís cómplices del viento de que os llevará a la tierra de donde vinieron nuestros antepasados y regresareis todos los años para comprobar que el tesoro permanece donde lo dejasteis.

Los hombres de Almanzor se miraron los unos a los otros interrogándose mutuamente con la mirada si entendían tan extraña orden. Nadie dijo nada. Abu Amir cerró los ojos y se apagó la vida de uno de los hombres más poderosos que rigieron Al-Andalus. El último ejército amirí, pequeño en tamaño, tenía una misión que cumplir, desde Bordecorex llevaron el cuerpo de su jefe hasta Medinaceli.

Sin dar demasiadas explicaciones a los que les aguardaban, conocedores ya de la última derrota, prosiguieron a la búsqueda del cuarto cerro que había dicho Almanzor. Llegaron a mediodía, no tenían muy claro que tenían que hacer. No tuvieron que hacer nada. Una espesa bruma se acercaba desde el río y en unos segundos lo invadió todo. Las monedas de oro se convirtieron en quejigos, aliagas y cambrones. Las joyas en enebros y encinas y las esmeraldas de mayor belleza en sabinas. Los fieles soldados se transformaron en vencejos y abejarucos; los hombres de confianza de Almanzor, en collalbas y roqueros, y su hijo Almaliz, en águila culebrera. Los dos custodios se convirtieron en eslizones, el eslizón dorado y el eslizón esmeralda, siempre entre el tesoro, pero apenas podrán tocarlo con sus minúsculas manos y saben que todos los años el águila culebrera volverá para comprobar que vigilan bien el tesoro de Almanzor.

Sara respiró profundo y dijo:- Esto es todo lo que te tenía que contar.-Aquí esta el tesoro de Almanzor para todo aquel que sea capaz de apreciarlo. Seguro que habrás disfrutado de los atardeceres de otoño con las laderas doradas por las hojas de los quejigos o en primavera con las flores de cambrones y aliagas- dijo Sara mientras yo asentía con la cabeza. Del bolsillo de atrás de su pantalón sacó un papel. – Son las esmeraldas de Almanzor – dijo a la vez que me lo entregaba.

monteagudilloDesplegué el papel, era una lista con una veintena de coordenadas UTM benamiríes. Una estaba tachada.-Y éstá, ¿por qué está tachada?- le dije señalando el papel. -Algunos guardianes del tesoro cayeron defendiéndola contra las orugas de metal de los bulldozers del AVE. Sara señaló a lo lejos, hacia el monte Agudillo y dijo: – Fíjate, el insensible monstruo siempre estará a los pies del cuarto cerro del sueño de Almanzor. ¿No es mejor que el tesoro de Almanzor se convirtiera en belleza para todo a aquel que fuera capaz de apreciarla y no en riqueza para unos pocos? El auténtico tesoro es la belleza, quien no es capaz de apreciarla no es digno de ella.- ¿De verdad te llamas Sara?- le pregunté. – Sara Suárez reza en mi pasaporte, pero creo que tú ya sabes quien soy. – Encantado de haberte conocido. Los dos sonreímos, cómplices, al darnos cuenta a la vez del doble sentido. Era la primera vez que una sonrisa iluminaba aún más su cara. – ¿Te volveré a ver?- le pregunté con la esperanza del que trata de retener el humo entre los dedos. – Es posible. – Tú, al menos, sabes cómo encontrarme. – Que la mediocridad de los mezquinos no enturbie tu mirada- fueron sus últimas palabras-. Se dirigió al coche, giró la cabeza y me dijo adiós sin emplear los labios. Oí como se perdía el ruido del motor y en el camino quedaba el rastro de los neumáticos.

Cuando -como hipnotizado- traté de seguirlas apenas unos pasos, un ligero viento borró las huellas. Mientras estaba pensando en todo lo que acababa de ocurrir, rasante a la ladera y como tantos días, al atardecer, el alimoche, sin apenas aletear, pasó. Nuestras miradas se cruzaron. Ahora sé quién es ella.

Primavera de 2003, (1001 años después de 1002)

Nota final: Más de mil años después, perdón, 1001 años después (el mil era un número de mal agüero para los árabes) el tesoro de Almanzor sigue aquí; nombres en los mapas de su hijo, el guardian del tesoro, nos lo recuerda, Almaluez, Almadeque y, por supuesto Ben-Amira, así lo atestiguan.